sábado, 20 de junio de 2015

Florianópolis…La isla en que dejé de estar aislado


Simbólica y paradójicamente el mejor lugar para volver a estar en conexión con el mundo era el aislamiento de una isla. Al frente de la costa catarinense de Brasil, destaca en el horizonte marino la “Ilha da magia”. En el mar del sur brasileño, la isla de Florianópolis hace puente con el Atlántico y nos acerca a todos unos pasos más al oriente. Acabo de cumplir mis primeras semanas viviendo en una isla, mis primeras semanas rodeado de mar. Días de una dulce soledad, en que he aprendido a dejar de estar aislado en sensaciones, pensamientos y caminos… el mundo y yo, nos volvíamos a saludar.

El nuevo comienzo que buscaba debía ser por esas tierras. Volver a mis raíces donde todo había comenzado para mí con el mundo. Es que, la primera vez que me fui a vivir a otro país fue a Brasil. Tenía veintiún años, tenía mi mochila al hombro y sueños de encontrar el paraíso. No sabía hablar portugués (solamente intentaba tocar y cantar bossa nova en mi guitarra). Ahora con veintisiete años, y varios kilómetros y países más en el cuerpo, estaba volviendo  a los lugares donde había conocido a mi propio yo de adulto.


Ya habían pasado meses desde que había vuelto de mi último viaje. Hacía mucho tiempo que no ponía pie en la ruta. Demasiado tiempo para mí. Tiempo en que pasaron muchas cosas, de esas categóricas que hacen tomar las decisiones de manera definitiva. Estaba dejando a mi país y su monotonía, por algo más…Yo necesitaba inspiración. Es que, finalmente ¿vale la pena vivir sin inspiración? El irme esta vez era para encontrar mi lugar en el mundo. Muchas cosas en mi cabeza y yo llegando a una isla. Llegando a una tranquilidad natural con una silenciosa y medicinal brisa marina. En mis primeras horas, me cuestioné el haber llegado. Y pensaba“(...) que si yo escuchaba solamente el silencio, era porque aún no estaba acostumbrado al silencio; tal vez porque mi cabeza venía llena de ruidos y de voces”. (Juan Rulfo). Los colores de Brasil era el lugar que necesitaba, era mi bálsamo espiritual. 

Y me quise ir porque empecé a notar que mis latidos del corazón estaban andando a otro ritmo a las de mi entorno cercano.  Las vibraciones chocaban, porque yo andaba vibrando en otra frecuencia. Tenía que irme de Chile. Y llegué al sur brasileño que ya bien conocía. Ahí, donde el estereotipo del brasileño mulato, la samba y capoeira no son propios. La cultura del sur es distinta a ese manoseado estereotipo que se vende al exterior. Y conversando con turistas que llegan al sur buscando eso, he escuchado en más de una ocasión un aire de decepción por no encontrarlo. Y por tanto, dejan de ver que tienen otra riqueza cultural Catarinense y  Gaùcha. Y eso pasa en gran medida por la poca información que manejan los demás países. Poca integración histórica, cultural e idiomática se tiene por Sudamérica. Es que, el gigante latinoamericano a veces parece de otro mundo, como una realidad muy lejana a los demás países vecinos. Brasil se revela y quiebra con la hegemonía idiomática del español sudamericano. Y a cambio, nos entrega la belleza y calidez del portugués. Aunque por los Estados del sur a veces se escuche un fluido “portuñol”, la única manera de conocer y sentir es estando en el lugar. Así, la integración tiene que ver mucho con el conocer al otro, convirtiendo al viaje en un motor de cambio social y personal. 


Florianópolis es la capital del Estado de Santa Catarina. La isla con sus micro ciudades es considerada como uno de los mejores lugares para vivir en Brasil. Según los rankings anuales…yo concordaría (la isla me estaba encantando). Pero ¿qué hace de Florianópolis la isla de la magia? En resumidas cuentas…todo. Su nombre popular hace justa referencia a lo que ofrece, magia. La isla tiene muchísimo para hacer y ver. Tiene ritmos y colores, paisajes y sabores en una admirable flora y fauna que ha sabido convivir con la urbanización. Pero principalmente son sus playas y su gente lo que convierte este lugar en algo especial… más allá de lo bonito que es. Se puede caminar tranquilo, las personas todavía te saludan y no es difícil compartir una cerveza, caiprinha o chimarrão (mate) con algún desconocido.

Para ser una isla, es una muy grande. Por lo que el sistema de transporte se ha adecuado muy bien a las necesidades de distancia y tiempo. En ese punto, hay que admitir que el precio de transporte público es alto, pero es totalmente compensado con su calidad entregada. Casi toda la isla queda conectada vía ómnibus y lo demás se puede hacer caminando, en bicicleta o barco. La vida es bella en la isla. Caminando se pueden ver hermosas puestas de sol, amaneceres o desde alguna “trilha” o caminata llegar a lugares que da la impresión todavía no han tenido contacto humano. 

Mis días hablando portugués iban tomando forma, eran alegres y movidos. Cada día era de aprendizaje y palabras nuevas al diccionario mental. Ya me sentía en sintonía con el mundo y con su gente, me volvía a re encantar con la magia. En la isla de la magia volvía a mirar el cielo y ver pajaritos de colores y hasta las picadas de los insaciables mosquitos empezaba a entender. El viaje durante el invierno brasileño era cálido. Aunque para los locales era muy frio, yo seguía bañándome en las playas y caminando por la lluvia. Algunos días fueron totalmente lluviosos y había que quedarse bajo techo haciendo conversación con los ciudadanos del mundo. Es que, en cada lugar la vida cultural y nocturna de la isla siempre da para hacer un panorama. A veces, el mejor panorama es simplemente sentarse a mirar como la vida pasa.  Es por ello que para viajeros y turistas de los países cercanos se ha convertido en la primera aproximación al gigante sudamericano. El destino ideal para hacer un puente de transición entre el mundo de habla hispana y el portugués. No es casualidad la importante comunidad hispano-parlante que habita la isla, compuesta principalmente por argentinos, uruguayos y chilenos. Por las tardes, una conversación en el idioma materno reconfortaba ;)


Mis días en la Isla sin estar aislado pasaban rápido. Con cada viaje se responden preguntas reflexivas, pero al mismo tiempo se abren tantas otras que esperan respuesta con locura. Y en esa tarea, a veces un solo lugar no las puede dar y hay que moverse. El norte ya me estaba llamando. El sol quemante me invitaba, solo que por esos días en Florianópolis no andaba. Cada día veía más cerca de mi horizonte al mítico Rio de Janeiro. Tenía bossa nova sonando en mi cabeza y era uno de los lugares que desde niño quise conocer. Para encontrar mi lugar en el mundo, antes debía conocer la tierra carioca y tomar decisiones. El sur lo dejaba en pausa por esos días. El viaje debía continuar…

A quien le puedo preguntar
què vine a hacer en este mundo?
Por què me muevo sin querer,
por què no puedo estar inmóvil?
(Pablo Neruda)




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