domingo, 28 de junio de 2015

“La soledad a veces es el precio de la libertad”… Crónica de un día en Rio de Janeiro


Estar de viaje no supone siempre estar haciendo algo extraordinario, estar rodeado de gente ni ver algo fenomenal. Aprender el porqué se está donde se está, llega con la soledad de la libertad. Es que, los momentos de soledad son trascendentales, porque cuando se empieza a dialogar con uno mismo se puede reflexionar con claridad. Viajando se aprende a romper con prejuicios sociales de la soledad y a disfrutar de la misma. Yo aprendí con los años que aunque es bueno estar acompañado, la soledad no siempre es triste, ni siempre es opaca. La soledad es circunstancial y efímera, no obstante, a veces uno ande solo por la vida o por el día. Estar de viaje, es muchas veces sinónimo de haber partido y de haber dejado lo conocido para poder sentirse libre. Si bien, el humano es un ser gregario por naturaleza, y que por tanto, necesita compañía…yo estaba feliz de mi soledad y mi libertad de movimiento. Porque ella llegó una mañana a visitarme, justo después del desayuno y salimos juntos a caminar. Es que en Rio…

La ciudad estaba en pausa y con neblina. Y yo,estaba solo. Caminé por Copacabana en dirección contraria el imponente Pão Açúcar, que las nubes lo cubrían como una caricia. Caminaba por la playa y mis pies dejaban huella de mi paso por Brasil. Todo era un estimulo visual y con los ojos hacia fotografía de lo visto. Andaba solo, después de un tiempo sin pausas, ahora estaba solo. Y como andaba solo, caminé hasta donde el diseño del camino playero cambió de forma… Y ya estaba pisando las costas de Ipanema ¡Ah! ¡Ipanema! Cuantas veces me imaginé ese momento. Hice un salud mental conmigo mismo y la caipiriña que llevaba en la mano.

Ahí estaba, solo yo y mis circunstancias. Mis pasos se me adelantaban a mis pensamientos, como si ya conocieran el camino. Caminaba solo y conocía gente con una sonrisa. Y llegué a la Calle Vinicius de Moraes… ya daba mi viaje por pagado. Y caminé sin pensar que seguía solo de compañía. Porque sin pensar en nada, el mundo y mis circunstancias me hablaban y me llevaban a un encuentro mágico y casual. Porque de pronto ya no estaba solo, y me encontré conversando con un viejo amigo de Vinicius y Tom Jobin. Mis pasos me habían llevado hasta allí. Y les pude hacer caso…porque estaba solo.

Andaba con aires de solitario. El día pasaba en otro tiempo no numérico y yo volvía a caminar solo. Pero ahí estaba, la mítica Rua Nascimento Silva #107. Si, ahí mismo, donde se hicieron tantas obras de arte convertidas en canciones. Pero, estaba solo y nadie podía ver lo que veía. Rio de Janeiro, me hablaba al oído y me invitaba a seguir caminos.

La gente, que importante es la gente cuando uno está solo. Hacía conversación con muchas personas de la calle. Pero estaba solo, y lo estaba por convicción. Y seguí caminando hasta mojar mis pies en Leblon. Mis pies con arena y agua de mar. Mi cuerpo bronceado y yo solo mojándome en el Atlántico. Que bella y necesaria soledad. Miraba el cielo y el cielo me miraba a mí bañándome solo en la playa…era uno más entre las demás personas, era donde debía estar.

Estaba solo en soledad y solitud. Pero tenía música y palabras en mi cabeza, sólo que eran solo para mí…porque yo, andaba solo. Entonces el sol se empezó a esconder, y las piedras de Arpoador se llenaban de personas a mirar los colores del atardecer. Yo seguía estando solo e intercambiando sonrisas con la gente, con las garotas de Ipanema y con los vendedores de cocos verdes. Ya hacia frio al caminar y mis piernas me pedían una pausa. Miré al cielo, las nubes también se estaban moviendo como yo. Y pude ver al Cristo Redentor, que por ese día descansó un poco…jugando a las escondidas con la neblina.

Rio de Janeiro se habia despedido del sol, la noche se llenaba de vida y la ciudad en pausa despertaba. Era todo un espectáculo…y justo hoy estuve solo.

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